23 Apr

Bueno, en realidad conocí muy poco a Alan García,  lo vi apenas tres veces, pero si a menudo escuchaba del él, de su primer gobierno desastroso que por fortuna no me había tocado vivir, las largas colas por conseguir un litro de aceite o una leche Enci. La familia de mi madre era aprista, o bueno creo que lo sigue siendo. Yo estudiaba la secundaria en el Túpac Amaru de Villa María del Triunfo, de manera insospechada el entonces candidato por segunda vez, venía a inaugurar su local de campaña a poca distancia de mi colegio, a la salida de clases fui con algunos compañeros de mi salón movido por la curiosidad de conocerlo y porque no, a insultarlo de paso. Aunque temía que algunos familiares míos me reconozcan entre tanta gente. 


Pues bien, era alto, de casi unos dos metros, caminada firme y mirada imponente. Con mucha gente de seguridad a sus costados, no podíamos acercarnos a saludarlo tal como era nuestro plan, pues di rienda suelta a lo que en verdad quería hacer, y era decirle lo que pensaba de él, pero en voz alta. Me atreví y le grité: “Corrupto”, “Ladrón”. Acto seguido, me temblaba las piernas de miedo, en mi ingenuidad pensé que me arrestarían por insultar a un candidato. Sólo atinaron unas señoras y viejos dirigentes, a gritarme mi vida desmesuradamente y de mala manera, no podían hacer más porque había prensa, de seguro que me querían pegar, porque lo sentía. Regrese dubitativo pero contento a mi barrio a contar mi hazaña. Había llamado corrupto y ladrón a Alan García.  Me sentía orgulloso de mi mismo, de alucinarme un matón, él no era alguien a quien yo debería tenerle miedo. 


Años más tarde conocí a una aprista de cabello castaño, ruidosa con sus alhajas y muy extrovertida, era un poco mayor que yo y le gustaba platicar de política, y las elecciones, a menudo nos encontrábamos en una juguería de la Av. San Juan, me propuso empezar a salir. Yo desconocía su militancia aprista, pues me habían acabado de celebrar mis 18 años y me inclinaba hacia las ideas conspirativas y revolucionarias, leía a menudo a los clásicos marxistas y por ahí algo de ciencia ficción. Pero curioso de conocerla accedí a frecuentarla pero sólo como amigos. Una vez me pidió que la acompañe, era su cumpleaños el mismo mes de febrero, era acuariana también y le harían un agasajo al atardecer en una recepción del cercado de Lima. Me bañé como no era de mi costumbre y me puse mis mejores atuendos. 


Cuando llegué al lugar, no era ni más ni menos que los despachos del congreso, nunca había ido a ese lugar, parecían todos apurados, cuchicheaban sobre los acontecimientos de Bagua, estaban muy preocupados, una tía mía me reconoció y me saludó muy efusivamente. Luego de la jornada se fueron todos en autos y camionetas a una recepción muy bonita de estilo barroco, al bajar –oh sorpresa- el ahora Presidente Alan García estaba entre los invitados. Pues la cumpleañera era hija de un dirigente aprista muy conocido, pero por entonces no lo conocía, ni deseo conocerlo.     


El presidente estimaba mucho al padre de la cumpleañera. Quedé impresionado por su inteligencia, su elocuencia y su simpatía. No cabía duda que era un líder, se avecinaba el momento en que me lo presentarían, sin saber cuál sería mi reacción, y me preguntaba si alguno de ellos o él se acordaba del incidente de años atrás en Villa María. Para mí, todo fue muy inesperado. Al momento de darle la mano en voz baja me dijo: -De donde eres-, a lo que le respondí acercándome a su oído- me vas a disculpar no acostumbro a saludar a corruptos y genocidas; bueno lo cortés no quita lo valiente, creo que eso lo conservo hasta hoy. El sólo atinó a lanzar esa risa déspota la que todos conocemos y llamó a uno de su seguridad personal. Era la segunda oportunidad que veía a Alan García y era la segunda vez que le lanzaba improperios. Antes que me boten atiné a irme muy diplomáticamente. Caminaba de prisa y volteando a ver si me seguían, conservaba el miedo hasta llegar al puente Acho y la panamericana, un poco asustado por haber insultado al presidente, pesé que tomarían represalias, las cuales por suerte nunca llegaron. Como era de esperarse nunca volví a frecuentar a la cumpleañera, la amistad había terminado por culpa de la política, o quizá por culpa de mi inmadurez en la política.


Alan García culminó su gobierno con serios cuestionamientos entre los más sonados, los temas que son agenda actual (Lava Jato, Oderbretch) y el genocidio en Bagua. Ni que decir de la gente que lo acompaño en el Gobierno. Pero no me detendré en ello, sino en una situación que tuvo como escenario el populoso Villa el Salvador. Era el verano del 2015 a catorce meses de las elecciones presidenciales, el candidato por cuarta vez haría una presentación en el auditorio del Instituto Julio Cesar Tello, no hacía mucho que habíamos hecho un evento en el mismo lugar para discutir los alcances de la nueva ley universitaria. Una controvertida dirigente y periodista lo había invitado con el fin también de ver la manera de colarse en su lista congresal, pues se especulaba que podría tener éxito nuevamente en las elecciones. 


Por aquel entonces yo era dirigente estudiantil y militante ya de la juventud comunista, cosa que nunca he ocultado, todo un rebelde, pero con causa. Para nosotros el Sr. García no era sólo un corrupto, y un déspota, un mentiroso, sino que además era un genocida, la matanza de Bagua estaba aún fresca. Con nuestro espíritu rebelde y nuestras ansias de justicia conspiramos entre varios estudiantes y jóvenes ante la llegada de García a Villa el Salvador. Queríamos hacerle un desaire en público y hacer sentir nuestra presencia en rechazo a lo que él, como político representó. 


Se anunciaba su llegada en tren, su emblemática y cuestionada obra. Pero por la baja demanda de ese día decidió abortar ello y presentarse directamente al lugar del evento. Nosotros, bajo la cuartada de comensales, tomamos posiciones de dos negocios colindantes al instituto, para meternos por sus puertas traseras al momento que Alan ingrese con su seguridad. Todo parecía normal y no se daban cuenta, mandamos a un chico y una chica a ingresar al evento por la puerta principal, fingiendo ser enamorados, para que nos den datos precisos de en qué vehículo saldría el Sr. García. Habíamos decidido que la emboscada seria al culminar el evento, ya que si lo hacemos dentro, nos molerían a golpes, pues había mucha gente y seguridad.


Se escucharon las conocidas palmas apristas al terminar el evento, nosotros nos preparamos para la intervención. Nos acercamos a la puerta como simples transeúntes, cuando de pronto se escuchó la voz a manera de señal: ¡El auto rojo! ¡El auto rojo!, nos cuadramos delante y sacamos los carteles que habíamos preparado, la bocina y las cámaras para registrar el hecho. La seguridad aprista tardó mucho en llegar, se había quedado comiendo los bocaditos y las gaseosas del evento. Prácticamente lo agarramos solo, rodeamos el carro y agitábamos “Bagua no se olvida”, “Alan Asesino”. Algunos intentaban quitarnos de ese lado, pero no lo lograron, no fue que hasta el mismo Alan ordenó por medio de un parlante del carro que nos atropelle el conductor. Se armó una gresca y logró escapar, como muchas veces. Recién llegaba la seguridad aprista corriendo, lo posterior ya fueron conatos de bronca que no pasaron a mayores. Habíamos hecho una de las más grandes hazañas en nuestras aventuras políticas. 


Fueron estas tres veces inoportunas que pude verlo, se pudo haber escuchado mil cosas de Alan García, como por ejemplo; que había robado, que se había asilado, que había matado, que había desestabilizado al país, pero nunca que había muerto. Como muchos lamento desde aquí, el triste desenlace y la decisión que ha tomado, pero sigo creyendo que su suicidio no puede tapar la verdad. Nos han pedido guardar luto, pero entiendo yo, que la derecha no lo ha tenido, más bien utiliza este suicidio para reposicionarse. Quizá estas líneas sean las inoportunas, prometo no escribir una letra más referente al Sr. García.      


Miguel Villaverde Cisneros

23/04/19

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