07 May

Por: Miguel Villaverde Cisneros


Mi vecina se llamaba Lily, yo era el amante.

Ya teníamos dos años en ese plan, escapándonos a un hostal de la Av. Los Héroes, ocultándonos de todos, especialmente de nuestras parejas. Lily tenía 33 años, era casada, el tipo de mujer que no le importaba el qué dirán, pero a mí sí, estaba cerca de cumplir los 22. Lo prohibido tenía algo que me llamaba a la perversión.

Tuvimos incansables discusiones sobre nuestra relación furtiva y suicida, y después terminábamos los dos embriagados de placer, debo aceptar que había caído en una relación sublimemente enfermiza, pero su cuerpo me daba tanto placer, que no quería dejar de verla. Se acercaba la fecha de mi cumpleaños y ella me dijo que quería darme algo especial ese día. Acordamos lugar, fecha y hora, sería después de mi cumpleaños, un 15 de febrero. Pasaría por ella al parque. Yo, no tenía mucha marcación encima; ella, con la excusa de una consulta de su dentista, el marido no solo se creía el cuento, sino que también le daba dinero para la consulta y tratamientos, que en ocasiones como en esta, de celebración, se aplicaba para pagar el cuarto del telo.

Cuando llegué al parque ella ya está allí, esperando. La veía más hermosa, su peinado era diferente, su vestido nuevo. Traía en sus manos una bolsa de regalo. Mientras enfilamos hacía un telo lejos de casa, pude ver ese escote una insinuación violenta, sus tetas temblaban con los movimientos del carro. Su vestido, corto y floreado, la hacían ver muy linda. Le pregunté que hay dentro de la caja de regalo y me dijo que es mi sorpresa. Yo le dije que no debe regalarme nada (me palteaba). Ella me dijo que no me preocupe.


Llegamos a una linda habitación, ella sin perder tiempo comienza a bajarme el cierre de mi pantalón y a buscar mi animal, que ya estaba respondiendo. Lo saca y se lo comienza a comer, una chupada de esas que no olvidas, algo épico. Recorre con su lengua todo, desde la base de mis bolas hasta la cabeza y con unos mordiscos suaves y muy ricos. Me tumba sobre la cama y me dice: “¡Quítate todo!”. Obedezco mientras la veo desabrocharse su vestido y dejar al descubierto su juego de ropa interior, un brasier y un hilo dental del mismo color y estilo -rojo intenso-. Ella se sube a la cama hasta sentarse sobre mi cara y dejarme olfatear su concha a través de su ropa interior. Me excitó lo repentino de todo. Ya embriagado segrega unos líquidos que me mojaron las manos. Ella gime despacio y fuerte a la vez. Cuando ella cree que es suficiente. Baja de nuevo y se prende de mi animal encendido de calentura, lo muerde lentamente y despacio. Pero todavía no es momento de eso y desabrocha su brasier, esas dos tetas eran algo increíble. Se arrodilla de lado e inclinándose lo suficiente, me cachetea la cara, yo las muerdo como si fuera la primera vez. Mientras yo disfruto de sus duras tetas, ella sujeta mi fierro con su mano derecha y comienza a agitarlo, esto es la gloria, pienso yo. Me quita las tetas de la cara, me da 3 o cuatro mamadas super intensas y se acomoda para dejarse caer sobre mi animal. El recibo con placer y veo que ella cierra sus ojos y abre su boca, dejando escapar saliva hacia la cama.


Comienza a trabajarme como solo ella sabe hacerlo, con pequeños sentones, donde siento que su vagina me atrapa mi miembro. Allí la tengo de nuevo, sobre mí, aquella mujer de 33 años. Aquella mujer grosera, mal educada y con terribles faltas de ortografía, pero conocedora de lo que los hombres quieren en una mujer de esa edad. Creo que lo que más añoro de ella, pues ya no nos vemos más, es esa concha sedienta que me buscaba. Es, sin duda, una mujer peculiar.

Después de varios minutos de sentarse sobre mí, me pide que me suba sobre ella, no sin antes dejarme limpio de ese líquido transparente. Esta posición la disfruto mucho, pues puedo verla debajo de mí, sometida sexualmente. Veo su rostro, su perfume me embriaga y en combinación con el olor de su cuerpo, es estupendo. Nos susurramos cosas calientes, mientras yo entro y salgo de manera violenta. Después de gozarnos por lo menos media hora, mientras le estoy dando fuertemente en posición de perrito, y pensando en una descarga de semen increíble. Ella me interrumpe, me toma la verga, la chupa y después levanta la mirada y me pregunta que si ya estoy listo para mi “regalo”. Yo le digo, curioso, que si. Baja de la cama. Toma su celular y lo revisa como precaución, lo deja, nada importante. Toma la cajita y me entrega, yo la abro y encuentro un pequeño recipiente en forma de tubo con la leyenda “anal pleasures”, yo la veo a los ojos y ella ya tiene una sonrisa de colegiala traviesa en su rostro. Yo no lo puedo creer, pues era un tema que habíamos discutido muchas veces y ella se negaba a hacerlo. Hoy es el día. Vaya cumpleaños, nadie había me había hecho esa fantasía realidad.

Estaba emocionado. Hago algunas preguntas estúpidas y ella me dice “tú déjame todo a mí, quiero que goces mucho, es tu regalo especial”, yo me dejo consentir y espero sus órdenes, pues ella es así, es una mujer que siempre tiene el control. De su bolsa, saca un pequeño vibrador cilíndrico, lo deja sobre la almohada y abriendo el pequeño tubo, me embarra con un líquido viscoso toda la cabeza, más dura que nunca, temblorosa, con todas sus venas a reventar. Lily se deja caer de espaldas, abre sus piernas y acomoda una almohada bajo sus nalgas y llena su trasero del líquido. Se mete el dedo varias veces y después me dice que vaya penetrándola poco a poco, con calma. Yo, nervioso ante esta, nueva, tan soñada y deseada experiencia con ella hago lo que me pide. Con sus manos ella abre sus nalgas y me deja su chiquito expuesto, listo para atacarlo con mi animal insaciable. El cabeza primero, entra sin problemas. Ella gime un poco, de dolor o placer, no lo sé. Me pide que meta el resto. Empujo lo demás y alterada poco a poco por aquel hoyuelo. Ella gime de nuevo, pero no me detiene. Cuando casi está todo el cuello, ella me aruña una de mis piernas, como señal de que le duele. Después de unos segundos, me dice:

--No pares. Continúa.

Un empujón más y Lily, mi vecina, tiene todo mi miembro dentro de su chiquitito. Yo estoy extasiado de placer, recibiendo este regalo tan especial de mi amante de dos años. Que hermoso detalle el de ella, darme este placer. Mientras siento esto, ella, revuelve sus nalgas contra mí y me hace sentir una oleada de placer. Me pide que lo saque y lo meta con el mismo ritmo que me indicó. Entonces toma el pequeño vibrador rosa, lo prende y se lo coloca sobre su vagina, que, a la vista, está muy húmeda. Ella comienza a emitir los sonidos característicos de placer. Gozamos de lo lindo durante unos 15 minutos o más.

Con esa sonrisa traviesa que ha tenido todo el día, me pregunta:

--¿Ya quieres venirte, adentro?

La pregunta fue como música para mis oídos y para mis huevos que ya no saben cómo detener toda esa leche acumulada para esta ocasión. No tuve que contestar, solo asentí, maravillado de ver acercarse ese momento, me dice:

--Todo tuyo, si quieres venirte no hay problema, es tu día.

Entiendo inmediatamente que ella también necesita su orgasmo y lo comprendo. Inclina su espalda hacia enfrente y por debajo mete su vibrador para que haga contacto con su vagina. Comienza a meterla igual, me dice. Siento como mis huevos cuelgan y tocan su vagina que vibra de placer con el consolador que ella está usando. Comienzo a aumentar el ritmo y la potencia de mi cogida, ella no me detiene y grita. Yo, al sentir lo caliente que ella tiene dentro de su chiquito, siento esa un montón de leche lista para subir y explorar, pero debo de ser un caballero y esperarla. Me contraigo un poco, ella me dice:

- ¡No te vengas aún!

Yo bajo mis revoluciones y siento que ella se ocupa de lo suyo allá abajo, moviendo en círculos su vibrador, siento pequeñas salpicaduras de líquido en mis piernas, pero no estoy seguro que son. Su espalda comienza a moverse extrañamente, como a convulsionarse. Yo con mi verga hasta el tronco dentro de su chiquito, siento como me aprieta en un momento y entonces:

--¡Ya vente mi rey, ya vente todito!

Yo, sin aguantar más, dejo salir toda esa carga de semen acumulada y guardada especialmente para ella, dentro de ella que me aprieta y me hizo sentir calosfríos de inmenso placer. Ella gritó extasiada mientras su pequeño consolador le arranca un orgasmo increíble. Ella no dejaba de moverse tan excitantemente, mientras yo descargaba dentro de ella tres o cuatro chorros más de leche caliente. Yo, descargado de ya, sigo sintiendo como ella, estaba en el proceso de otro gran orgasmo, con su respectivo grito de placer que dura unos cuantos segundos más. Veo que el vibrador cae sobre la cama, encendido aún, lleno de líquido. Saco mi exhausto animal, muerto de placer, insensible al tacto. Me dejo caer a un costado y ella, para cerrar con broche de oro aquel día, se dedica a dejarme limpio el aparato con sendas mamadas. Cierro los ojos y dejo que ella haga lo que quiera por complacerme. Nos bañamos juntos, regresamos al barrio por separado. Me llevé su ropa interior como trofeo.  

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